Estoy seguro que a uno de los pocos futbolistas que se le perdona todo es selección peruana, en el repechaje contra Nueva Zelanda, hubo un pase que elevó al cielo a Cueva: cacheteó la redonda para el gol de Jefferson Farfán, y el Perú dejó de sonrojarse al compararlo como el mejor 10 de toda su historia futbolística. Y los peruanos juraron que, pase lo que pase, sería su amor eterno.
Cueva es el cholo sano y sagrado, el joven peruano que bambolea su vaso hacia el piso para evaporar la espuma de chela, el joven peruano parador que se emborracha a ritmo chichero, el joven peruano que tras la resaca promete que no vuelve a tomar por diosito lindo, pero ya sabemos qué sucede a mitad de semana.
¿Quién se enroncha cuando ve al aliancista con una columna de cajas de cervezas? Quien lo hace, cae en la hipocresía de nuestra sociedad, esa misma que sonríe cuando en Puno se bajan camiones de licor en los matrimonios, esa misma que suelta un billete para no hacer la cola, esa misma que vota por quien roba, pero hace obras.
Cueva es un reflejo de las mayorías peruanas, se formó de abajo. Un adolescente al que su talento lo despojó de disfrutar de su familia por irse a jugar a Lima, quien fue convencido de que podía romperla en Brasil con la 10 de Raí, quien fue cincelado para que sea el conductor de la selección. Pero jamás pudieron deshumanizarlo, y tampoco quiso ser divino.
La sociedad tuberculosa piensa que como Cueva es un futbolista profesional, está obligado a ser un ejemplo para los niños, como los artistas que se deben a su público y los clientes que siempre tienen la razón. Entonces, un jugador debiera ser el rehén de su fama de deportista calificado. ¿Raro no? Hasta donde sé, con el ejemplo no se anotan los goles.
Ante UTC, tras las bebidas energizantes, a Cueva le dieron la cinta de capitán de Alianza Lima, y la gente comenzó a murmurar: ¡ay, por favor!, vociferaban algunos. A García, quien había empobrecido a millones en su primer gobierno, le dieron el botín de nuevo. ¿Alguien dijo algo? Sí, hay que darle la oportunidad. El fútbol, como la política, está lleno de errores.
Cueva no rinde como antes no porque sale pateando latas por las noches, sino porque los años juegan su partido aparte. A sus 31 calendarios, nadie creerá que recién ha comenzado a salir a tomarse sus heladas. Ese muchacho que ha brindado los más grandes motivos para celebrar en familia no debe pedir disculpas, sino prometerse que no volverá a tomar… otra vez.

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