Hay maneras de perder un partido y la que sufrió la Brasil nos pasó por encima ni por recibir un resultado abultado, sino por la forma en la que se dieron las cosas. La bicolor salió a la cancha decidida a cambiar la historia con los recursos que tenía a su alance e intentando hacer el mejor de sus partidos; pero lo que recibió a cambio fue un golpe certero en el corazón, uno directo al orgullo cuyo dolor todavía se siente en el interior. Fue un 0-1 en contra que nos hundió anímicamente desde el minuto 90, porque hasta antes de ese gol de Marquinhos la posibilidad de sumar ante el ‘Scratch’ era tan grande como la ilusión de lograr la clasificación al próximo Mundial.
Perú hizo un buen partido y por eso el resultado duele más, porque nos llevó al cielo mientras el 0-0 estaba presente en el marcador y después nos estrelló contra la tierra tras el cabezazo de Marquinhos que pudo evitarse. Desde nuestas limitaciones, sabiendo que no éramos favoritos y que el peso de la historia estaba en nuestra contra, supimos enfrentarnos al Brasil de Neymar. Les quitamos la pelota, les ocupamos los espacios, les presionamos las salidas y hasta los metimos en su propio campo; pero el fútbol es un deporte tan cruel que no premia el esfuerzo de Pedro Gallese, Aldo Corzo, Renato Tapia, Yoshimar Yotún, André Carrillo ni Paolo Guerrero. No distingue sacrificios y olvida los méritos de quienes dejaron el alma en la cancha.
Jugamos un primer tiempo limpio desde lo táctico, con rigor defensivo a pedido de un Juan Reynoso que preparó el partido desde la inferioridad. Para frenar a Brasil, había que estar ordenandos en la línea del fondo, referenciando a los rivales y tratanto de alejarlos de Gallese. Y en ofensiva estuvo la deuda, porque la bicolor apenas intentó con jugadas aisladas de Carrillo y Guerrero. Andy Polo se atrevió más que Marcos López y Yotún era el eje que intentaba conectar los circuitos en el mediocampo. Pero ninguno fue capaz de rematar directamente al arco y eso se ha convertido en una constante de la ‘era Reynoso’. Priorizamos la defensa sobre el ataque; y un equipo que no hace goles, no gana partidos.
Pese a todo, Perú buscó llegar a la portería de Ederson; pero Brasil apretó el acelerador y nos complicó. Dos goles anulados en la primera parte gracias al VAR (uno a Rafinha y otro a Richarlison) apagaron el incendio que se había generado por la desatención defensiva. También apareció Gallese para atajar dos remates que pudieron terminar dentro de su arco. Intento tras intento, con golpes que avisaban lo que podía venir, el ‘Scratch’ siempre se sintió superior a pesar de cerder el balón a la bicolor. Perú aprovechó esa oportunidad para hacer su juego, aunque el resultado no tuvo el final esperado.
En el complemento, Reynoso colocó a Joao Grimaldo y sacó a Polo. Luego, puso a Jesús Castillo por Wilder Cartagena, que tenía amarilla y estaba condicionado. Acertó con ambos cambios, pero falló con uno. El ‘Cabezón’ envió a Raúl Ruidíaz por Carrillo y allí el semblante cambió. Y no porque Ruidíaz lo hizo mal, sino porque ese cambio no era necesario. Perú jugó mejor con la ‘Culebra’ en cancha y tenía el balón; sin embargo, al sacarlo permitió que Brasil gane presencia en nuestro campo y nos obligó a retroceder. Perdimos protagonismo, juego y nos metimos atrás. Y después, llegó el gol de Marquinhos.
En esa jugada desafortunada, la culpa no es de Ruidíaz. El jugador del Seattle Sounders no tenía la marca del defensor, porque estaba ubicado en el primer palo. El error es de Reynoso, porque le permitió ubicarse allí incluso cuando había otros jugadores con mejor juego aéreo para despejar cualquier peligro. Pero las cosas sucedieron así y ese gol de Marquinhos todavía sigue doliendo. No por el resultado, sino porque verdaderamente pudo ser una historia diferente. Esta vez, la frase de “jugamos como nunca y perdimos como siempre” vuelve a tener vigencia.
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