
La cuenta regresiva para el Mundial de la FIFA 2026 ya ha comenzado, y con ella surgen análisis, especulaciones y pronósticos sobre lo que podría suceder en esta edición histórica del torneo. Por primera vez, tres países —Estados Unidos, México y Canadá— compartirán la organización del evento más importante del fútbol mundial. Esta coyuntura no solo plantea interrogantes logísticos y deportivos, sino que también renueva el interés por conocer cuál será el verdadero papel de los equipos norteamericanos. Muchos aficionados buscan información, cuotas y hasta algún código promocional betano para seguir de cerca el desarrollo del torneo y apoyar a su selección favorita. Las cuotas actuales de las principales casas de apuestas ofrecen un panorama claro, aunque no precisamente alentador, sobre las probabilidades reales de estos anfitriones.
Estados Unidos: entre expectativas y desafíos
El equipo estadounidense se perfila como el más prometedor de los tres anfitriones. Las cuotas que se le asignan —en torno a 30 o 34.00 en formato decimal— lo colocan como el equipo norteamericano con mayores probabilidades de triunfar. Si bien esta cifra lo sitúa muy lejos de los grandes favoritos como España, Brasil o Francia, también refleja una percepción de potencial crecimiento, especialmente en el contexto de un torneo jugado en casa.
Estados Unidos ha experimentado un desarrollo notable en su estructura futbolística en las últimas dos décadas. La proliferación de academias, la consolidación de su liga local y la exportación de talentos a Europa han contribuido a formar una generación de jugadores más competitiva. Nombres como Christian Pulisic, Weston McKennie y Giovanni Reyna han comenzado a destacarse en ligas europeas, lo que ha elevado las expectativas de los aficionados y de los analistas. Sin embargo, la juventud del equipo y la falta de experiencia en instancias decisivas siguen siendo factores de incertidumbre.
Además, la localía podría ser una ventaja psicológica, logística y emocional. Jugar ante su público, sin necesidad de adaptarse a nuevos entornos, y contar con una base sólida de apoyo puede marcar una diferencia significativa. Pero el fútbol internacional, especialmente en un Mundial, está lleno de sorpresas, y no siempre el anfitrión logra capitalizar esa ventaja. La clave para Estados Unidos estará en su capacidad para consolidar su estilo de juego y aprovechar un calendario presumiblemente favorable en la fase de grupos.
México: el eterno aspirante en busca de trascendencia
México, por su parte, presenta una historia completamente distinta. Aunque llega al Mundial con cuotas más altas —entre 50 y 65— su participación siempre despierta una mezcla de ilusión y escepticismo. Históricamente, el equipo mexicano ha demostrado ser un rival competitivo en fases de grupos, pero ha quedado atrapado en una especie de maldición en los octavos de final, instancia que no logra superar desde 1986, precisamente la última vez que fue anfitrión.
El peso de la tradición y la presión del futbol mexicano y de una afición exigente pueden jugar tanto a favor como en contra. En términos de talento individual, México sigue produciendo jugadores con buen nivel técnico, aunque muchos de ellos se mantienen en la liga local, lo cual genera dudas sobre su capacidad para enfrentar a potencias con futbolistas fogueados en la élite europea. El nuevo proceso de selección, bajo el liderazgo de un técnico que aún busca consolidarse, añade otra capa de incertidumbre.
La localía podría ser, nuevamente, un arma de doble filo. Si bien jugar en casa ha sido históricamente beneficioso para México —como ocurrió en 1970 y 1986, donde alcanzó los cuartos de final—, también implica un compromiso emocional mucho más intenso. Los medios y la afición esperan una actuación memorable, y cualquier tropiezo puede transformarse rápidamente en una crisis nacional. De lograr un buen desempeño en la fase de grupos, México podría reconfigurar el guion y presentarse como una amenaza inesperada en rondas eliminatorias.
Canadá: crecimiento rápido con mucho por demostrar
Canadá es, sin duda, el equipo que más ha sorprendido en el último ciclo mundialista. Su clasificación directa al Mundial 2022, tras décadas de ausencia, y su desempeño sólido en las eliminatorias de la CONCACAF despertaron un nuevo entusiasmo en el país. Sin embargo, sus cuotas actuales —que oscilan entre 80 y 101— reflejan la percepción de que, aunque ha progresado, aún está lejos de ser un contendiente serio al título.
La principal ventaja de Canadá radica en su generación dorada emergente. Jugadores como Alphonso Davies y Jonathan David han ganado notoriedad en Europa y representan el núcleo de un equipo que combina juventud con ambición. Pero el verdadero reto para Canadá será consolidar un estilo de juego competitivo frente a selecciones con más tradición y experiencia. Su participación como anfitrión por primera vez en la historia representa una oportunidad inigualable para acelerar su desarrollo futbolístico, pero también una enorme presión para mostrar que pertenece al nivel más alto del fútbol internacional.
A nivel organizativo, Canadá cuenta con infraestructuras modernas y una creciente base de aficionados, lo que puede convertir sus partidos en un verdadero espectáculo. Sin embargo, la falta de experiencia en torneos grandes sigue siendo su principal debilidad. Su rendimiento dependerá en gran medida de la forma física y mental de sus principales figuras, y de su capacidad para adaptarse rápidamente al ritmo exigente del torneo.
La brecha con los favoritos globales
Cuando se comparan las cuotas de los equipos norteamericanos con las de los favoritos globales, la diferencia es abismal. Equipos como España (6.00), Brasil (7.50), Francia (7.50), Inglaterra (8.00) y Argentina (9.00) dominan las apuestas con amplias ventajas. Esta disparidad no solo responde a los logros pasados o a la calidad individual de sus plantillas, sino también a la consistencia táctica y mental con la que estas selecciones compiten al máximo nivel.
Mientras que los equipos norteamericanos aún luchan por encontrar estabilidad, las potencias tradicionales cuentan con generaciones tras generaciones de talento, experiencia en fases definitorias y una cultura futbolística que favorece la competitividad. El reto para los anfitriones no es solo alcanzar un buen rendimiento, sino también reducir esa distancia estructural con los gigantes del fútbol mundial.
Factores que podrían inclinar la balanza
No obstante, hay elementos que podrían modificar el destino esperado. La expansión del torneo a 48 equipos implica un sorteo más accesible y posibles enfrentamientos menos exigentes en fases iniciales. Esto podría permitir que uno o más de los anfitriones accedan a instancias más avanzadas, ganando confianza y experiencia en el proceso.
La localía, aunque no es garantía de éxito, ha demostrado históricamente tener un impacto positivo. Equipos como Corea del Sur en 2002 o Rusia en 2018 lograron superar expectativas apoyados por su público. Asimismo, el formato extendido ofrecerá mayor tiempo de preparación y descanso entre partidos, un factor que podría beneficiar a los equipos con plantillas más cortas pero bien gestionadas.
El Mundial 2026 será una edición inédita no solo por su triple sede, sino por las posibilidades que ofrece a los equipos anfitriones de demostrar su valía en el escenario más grande del deporte. Estados Unidos, México y Canadá parten como claros outsiders, con cuotas que reflejan su condición de aspirantes más que de favoritos. Sin embargo, el fútbol no siempre sigue el guion previsto. Las sorpresas son parte de su esencia, y el contexto único de esta Copa del Mundo podría favorecer a quienes sepan aprovechar sus ventajas al máximo. La clave estará en la preparación, la gestión del talento y la capacidad para convertir la presión de jugar en casa en una oportunidad de trascendencia. Porque en un Mundial, todo puede pasar, incluso que los anfitriones desafíen las estadísticas.